A Christmas Carol |
Los trabajadores de la entidad habían cogido
vacaciones tras el último partido de Copa, y Carlos Suárez se encontraba en su
despacho, solo, ultimando las últimas cuentas antes del cierre del ejercicio de
un pésimo año en segunda. Uno más, pensó, y ojalá hayamos tocado fondo. Escuchó
como la puerta se abría y se volvía a cerrar. Será otro golpe de aire, se dijo
así mismo como buscando consuelo antes de que la situación le atenazara por el
miedo, para proseguir con el sudoku
en el que se había convertido cuadrar la balanza de pérdidas y ganancias. Pero
no. Al abrir y cerrar de la puerta le siguió el sonido de pisadas acercándose a
su puerta, levantó la mirada de los papeles, la dirigió al fondo del pasillo
pero no halló nada. Entonces apareció él. Carlos Suárez gritó aterrado ante lo
que estaba viendo. Levitando un par de palmos sobre el suelo, luminoso, tenía
el mismo aspecto que la última vez que coincidió con él hacía unos cinco o seis
años, antes de que sus caminos se separaran para siempre. “—¿Eres…?” —inquirió
el presidente mientras recomponía la postura. “—Sí, soy —le respondió la
espectral figura. Te has equivocado, Carlos. No digo que tengas falta de
pericia ni mala fe. Pero las cosas no te están saliendo. ¿Ves mis cadenas? Me
veo obligado a llevarlas por los errores que cometí en el pasado, a cargar con
ellas, a ser un alma en pena, a purgar por todas aquellas equivocaciones
voluntarias o no, en las que caí antaño.” ¡Paparruchas!,
interrumpió Suárez. “—¡El Real Valladolid está mal, es cierto! Pero yo lo salvé
cuando nadie más creía en él. Yo puse el dinero. ¡Es mío!”
“—Esta noche te visitarán tres
espíritus, el del Real Valladolid de las navidades pasadas, el de las presentes
y, por último, el del Real Valladolid de las navidades futuras. Espero que te
ayude a reflexionar, pero si no lo haces, me alegrará que me ayudes a portar
estas cadenas durante toda la eternidad, por los viejos tiempos” y diciendo
eso, aquel fantasma abandonó las oficinas.
Cuando Carlos Suarez llegó a su domicilio
todavía se encontraba conmocionado por aquel avistamiento. No dejaba de dar
vueltas a aquellas últimas e inquietantes palabras. Tres espíritus visitarían
al presidente para ayudarlo a reflexionar… Llegaron las doce de la noche que
retumbaron en toda la casa, y justo después de la última campanada un viento
helador recorrió la estancia. El presidente, que no había podido conciliar el
sueño preso de los nervios, estaba expectante, inquieto, empapado de su propio
sudor. De pronto, hizo aparición en la habitación en la que se encontraba un espectro
de aspecto infantil, casi angelical. Vestía con la misma blanquivioleta con la
que Moré levantó el único título oficial del Real Valladolid, la Copa de la
Liga, allá por unos lejanos, casi olvidados, años 80. “—Abrígate —ordenó—
tenemos que salir y en Valladolid, en esta estación y a estas horas, hace
muchísimo frío.” Casi sin darse cuenta, el presidente y aquella aparición aniñada,
se encontraban en la Plaza Mayor, en medio de la celebración de la última vez
que el equipo consiguió jugar en Europa. Vicente Cantatore se dirigía desde el
Ayuntamiento a los miles de aficionados que allí coreaban su nombre. “—¿Sabes
lo que le ocurrió a aquel entrenador? Fue destituido unos pocos meses después.
Y ahora mira -prosiguió aquel fantasma.” El escenario permaneció inmóvil pero
los protagonistas cambiaron. Ahora se celebraba un nuevo ascenso, el del
Valladolid de los records. José Luis Mendilibar sonreía, emocionado, desde lo
alto del balcón. “—¿Y ahora, sabes lo que ocurrió con este otro preparador?”. “—¡Paparruchas!
¡El equipo se le había ido de las manos, había perdido toda su autoridad sobre
aquel vestuario! -se justificó, enfadado, el señor Suarez.” Y casi antes de que
acabara la última palabra, se encontró de nuevo en su habitación.
Copa de la Liga |
Sin solución de continuidad, el
presidente recibió la tercera visita, tal y como le habían anunciado. El Real
Valladolid de las navidades futuras no era otra cosa que una representación de
La Parca. Silenciosa se dedicó a señalar los lugares más característicos del
club blanquivioleta. Ese último espectro extendió el brazo e indicó la posición
donde antaño se ubicaba el estadio José Zorrilla. Ya no estaba. En su lugar una
Administración había decidido cumplir una promesa electoral levantado un centro
de interpretación o un museo dedicado a algún producto autóctono, Suarez no
supo diferenciarlo bien. “—¿Y el equipo, dónde juega ahora?” —preguntó curioso Carlos Suarez. No hubo
respuesta. El fantasma elevó el brazo y señaló unos campos de hierba artificial
cubiertos por la niebla, de entre la espesura pudo adivinar unos vetustos
vestuarios y un pequeño bar al fondo y, por fin, el nombre de aquel club.
Atlético Ciudad de Valladolid F.C.
El final del cuento de Charles
Dickens lo conocemos todos. El del Real Valladolid aún está por escribir.
El futuro |
Jesus Moreno es colaborador del Norte de Castilla en la columna "A banda cambiada"
Repelús da el final. Feliz Año Nuevo a todos!!!
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